Evolucionamos. Tras ser una oveja negra, me convertí en una ciruela, pasando por ser una cereza (o una manzana roja quizá se asemeje más), cambié, me metamofoseé -en tantos sentidos como abarque la palabra-, y he terminado siendo una mandarina.
¿Dónde encontrarme? Curiosa pregunta. Quizá en lo profundo del abismo, a kilómetros bajo el suelo, codeándome con el demonio y viviendo en el más puro hades. Quizá en la estratosfera, a miles de metros sobre el cielo, en la via láctea, volando por los mundos de la imaginación de la manera más ácida, onírica o realmente.
Divagando, como siempre. Nada con sentido (o sí), no pretendo que nadie entienda mis palabras, ni siquiera que las lea, y mucho menos que le gusten.
Si hay una avería, si el paracaídas es producto de tu fantasía, o es real pero no se abre, si la nave explosiona tras un plácido vuelo, cuando te estrellas... a más altura, más duele el impacto, a más velocidad, más fuerte es el golpe.
Pero, ¿elegir el infierno? ¿quién haría eso?, por más que esté abajo, que sea "tierra firme", te evapora, te funde la lava y te atormentan los demonios. Demasiado rojo...
A mi siempre me gustó viajar, es bonito hacer turismo, y hay lugares en los que realmente te gustaría quedar para siempre. Por tanto, elijo volar, aun a riesgo de estrellarme. Que esta vez el billete no tenga regreso.
Y así va mi cabeza, que releyendo el texto veo que lo pensé con un sentido, ahora le puedo atribuír otro, y si lo leo dentro de un año probablemente pueda darle cuarenta puntos de vista más. ¿Ambigüedad? Quizá. Sello de la casa, tal vez.
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