martes, 11 de diciembre de 2012

Presentación (i autodefensa).

Evolucionamos. Tras ser una oveja negra, me convertí en una ciruela, pasando por ser una cereza (o una manzana roja quizá se asemeje más), cambié, me metamofoseé -en tantos sentidos como abarque la palabra-, y he terminado siendo una mandarina.

¿Dónde encontrarme? Curiosa pregunta. Quizá en lo profundo del abismo, a kilómetros bajo el suelo, codeándome con el demonio y viviendo en el más puro hades. Quizá en la estratosfera, a miles de metros sobre el cielo, en la via láctea, volando por los mundos de la imaginación de la manera más ácida, onírica o realmente.

Divagando, como siempre. Nada con sentido (o sí), no pretendo que nadie entienda mis palabras, ni siquiera que las lea, y mucho menos que le gusten. 

Si hay una avería, si el paracaídas es producto de tu fantasía, o es real pero no se abre, si la nave explosiona tras un plácido vuelo, cuando te estrellas... a más altura, más duele el impacto, a más velocidad, más fuerte es el golpe.

Pero, ¿elegir el infierno? ¿quién haría eso?, por más que esté abajo, que sea "tierra firme", te evapora, te funde la lava y te atormentan los demonios. Demasiado rojo...

A mi siempre me gustó viajar, es bonito hacer turismo, y hay lugares en los que realmente te gustaría quedar para siempre. Por tanto, elijo volar, aun a riesgo de estrellarme. Que esta vez el billete no tenga regreso.



Y así va mi cabeza, que releyendo el texto veo que lo pensé con un sentido, ahora le puedo atribuír otro, y si lo leo dentro de un año probablemente pueda darle cuarenta puntos de vista más. ¿Ambigüedad? Quizá. Sello de la casa, tal vez.

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